El tradicional café Flor de Manabí
- Francis Torres
- 4 jun 2018
- 1 Min. de lectura
Caminaba hacia otro lugar, cuando el portal de Lorenzo de Garaycoa y Huancavilca soltó una fragancia que me atrapó. Era el grato y estimulante aroma del café tostado y molido.
Cambié de planes y acudí a la tradicional tienda Café Flor de Manabí, lugar desde el que fluía ese perfume. Recordé que siete años atrás –cuando la libra costaba diez mil sucres, actualmente su valor es de un dólar ochenta–, conversé con Hipólito Villacís Mero, fundador del sitio.
Pero ahora me entero que él murió hace dos años y que ahora al frente del negocio está su viuda Aderita Cervantes, sus hijos (Abraham y Aderita) y un tío de estos últimos.
La tienda sigue igual, aún funcionan las antiguas moledoras y el café es pesado en la fiel balanza de siempre. Ni Hipólito Villacís está ausente, porque un retrato suyo cuelga de una pared.
Mientras atiende a sus clientes, Aderita Cervantes Cevallos (Los Ríos, 1941) se anima a desgranar la historia de su café que huele a flor y alegra la vida.
Todo comenzó cuando en 1947, Hipólito, manabita de pura cepa, pedaleando una bicicleta, empezó a distribuir en las tiendas del centro de Guayaquil fundas con libra y media libra de café.
Dejaba el producto a consignación y les cobraba después de ocho días.
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